Y vos… ¿de que lado estas?

Agosto 2023
Newsletter. Invitación a taller espacios verdes
Tiempo de lectura: 15 minutos.

Este artículo formó arte de la invitación a nuestro taller «Los verdes que faltan: repensando la naturaleza urbana», el cual realizamos en el espacio de Estancia Alvarez en Villa Urquiza. Si queres estar al tanto de las proximos tallleres que se hagan, seguinos en redes, @ahoraque_ok. Mientras tanto, Podés bancarnos con un cafecito para que podamos seguir mediando (con)ciencia.🌎

¿Una atracción innata a la naturaleza?: Hipótesis de la biofilia

El término «biofilia» fue definido por primera vez por Erich Fromm como el amor a la vida desde una perspectiva psicológica y de supervivencia. Posteriormente, el biólogo Edward O. Wilson profundizó en su significado. En «Biofilia» (1984), establece que las personas sienten una afinidad innata por los seres vivos y la vida misma, convirtiendo la conexión con la naturaleza en una necesidad primordial para lograr bienestar y salud.

Esta idea de Wilson se basa en una lógica adaptativa: hemos coevolucionado con la naturaleza y desarrollado preferencias por sus cualidades, lo que nos ha ayudado a sobrevivir como especie. Nos sentimos atraídos por flores, árboles escalables, agua y otros elementos naturales debido a los beneficios de supervivencia que proporcionan. Hemos evolucionado para preferir paisajes que nos brinden «perspectiva y refugio», es decir, lugares con vistas expansivas pero que también ofrezcan seguridad y protección. Es comprensible que experimentemos beneficios físicos y mentales al interactuar con la naturaleza, ya que no solo somos parte de ella, sino que también tenemos una conexión arraigada en nuestra profunda historia evolutiva como especie1 

Si consideramos la ínfima parte de nuestra historia como especie que ha transcurrido en entornos urbanos, no es de extrañar que, debido a estoss profundos vínculos evolutivos, nos sintamos atraídos hacia los espacios naturales, donde desarrollamos las funciones fisiológicas y psicológicas que nos hacen personas. La teoría de la biofilia sostiene que la falta de dicho contacto puede tener consecuencias negativas para la salud mental y física.

Florecer en la naturaleza

¿Qué dice la ciencia detrás de tales sensaciones? ¿Es algo que se puede perder o aprender? En 2015, se llevó a cabo un estudio titulado «Flourishing in nature» que analizó distintas hipótesis que explican la relación positiva entre nuestro bienestar y el contacto con la naturaleza. Además de la mencionada Teoría de la Biofilia, el estudio presentó otras dos grandes teorías: La Teoría de la Restauración de la Atención (TRA) y la Teoría de la Reducción del Estrés (TRE)2.

Según la TRA, existen dos tipos de atención: la atención dirigida, utilizada para funciones ejecutivas y que requiere concentración, y la atención involuntaria, que se realiza sin esfuerzo. La atención dirigida es un recurso limitado y, después de un uso prolongado, produce fatiga, irritabilidad y un bajo rendimiento cognitivo. Los entornos naturales son especialmente restaurativos, ya que proporcionan oportunidades para despejarse y contienen múltiples estímulos sensoriales que atraen nuestra atención involuntaria sin esfuerzo, permitiéndonos descansar la mente y produciendo mejoras en la concentración, la atención dirigida y el funcionamiento emocional.

La TRE sugiere que la exposición a entornos naturales seguros, que han sido beneficiosos durante nuestro proceso evolutivo, provoca una variedad de respuestas psicofisiológicas que colaboran en la reducción del estrés. Al estar en contacto con la naturaleza, se puede reducir el pulso cardíaco y los niveles de cortisol, mientras mejora el funcionamiento inmunológico. En comparación con los entornos construidos, la naturaleza puede proporcionar una sensación de calma y bienestar, lo que puede disminuir los niveles de estrés percibidos.

Estas teorías no se excluyen mutuamente y comparten implicaciones similares con la biofilia: la atracción por la naturaleza está inscrita en nuestros genes (genotipo) y conectarse con ella nos proporciona bienestar3. Sin embargo, el entorno urbano a menudo condiciona social y culturalmente a las personas, quienes a su vez, reciben una educación descontextualizada de lo ambiental, lo que lleva a una separación entre lo urbano y tecnológico y lo natural (Ibid.). Algunos autores han analizado esta relación entre urbanidad y personas como un factor generador de «biofobia», resultado de una limitada alfabetización ecológica (Orr, 1993). La biofobia puede entenderse como una sensación de rechazo hacia la naturaleza que escapa a nuestro control e incomodidad al permanecer en espacios naturales.

El miedo a lo natural en un mundo cada vez más artificial.

Todos conocemos a alguien que parece haber perdido por completo esa conexión innata con la naturaleza que mencionamos, y no siente placer alguno en contemplarla, sino todo lo contrario: rechazo o incomodidad. Esta visión biofóbica tiene su origen en los temores que nos genera la naturaleza salvaje y es una respuesta adaptativa normal en cierta medida. Sin embargo, se convierte en un problema cuando se vuelve irracional debido a un estilo de vida cada vez más alejado no solo de otros seres vivos, sino del medio natural en su conjunto. Un hecho que el periodista Richard Louv conceptualizó con el término: «Síndrome de déficit de naturaleza»4.

Llegado este punto, es válido preguntarse: ¿debería importarnos que algunas personas no sientan ningún interés por la naturaleza? Algunos sostienen que el amor o el miedo hacia la naturaleza son simples preferencias personales. Otros defienden que es algo que afecta a la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, en su ensayo «Ámalo o Piérdelo«, David Orr (1993) dice que por cada biofóbico, otros tienen que hacer el trabajo de preservar, preocuparse y cuidar la naturaleza que biofílicos como biofóbicos necesitan por igual. Así, la biofobia se convierte en el «problema del polizón»: alguien que disfruta de los beneficios de la naturaleza sin hacer su parte para cuidarla. Según Orr, estos polizones se benefician de la predisposición de otros a luchar por el aire, el agua, el suelo y la biodiversidad que sostiene la vida y los alimenta, pero no levantan un dedo por ello. La biofobia no distribuye de manera justa el trabajo de cuidar la tierra, incluso va más allá: «la biofobia no está bien por la misma razón que la misantropía y sociopatía no están bien», disminuye el rango de experiencias y alegrías en la vida del mismo modo en que la inhabilidad de lograr relaciones cercanas y de cariño limita la vida humana.

Tanto la biofobia como la escasa alfabetización ecológica, afectan no solo nuestra interacción con la naturaleza, sino también nuestro criterio al momento de tomar decisiones que puedan impactarla, como hábitos de consumo o elecciones políticas. De hecho, en muchas ocasiones, las ciudades transmiten la idea de que la naturaleza debe ser domesticada y lo que no lo está resulta aberrante o desagradable. Las personas que habitan en entornos urbanos, y cuyas decisiones políticas pueden influir en la biodiversidad global, han crecido alejadas o despreciando la naturaleza. Esta dependencia de la conservación de la biodiversidad en la habilidad de las personas urbanas de mantener un vínculo con la naturaleza es lo que el ecólogo Robert Dunn (2006) ha llamado “La Paradoja de la Paloma”.

Aunque la relación de un individuo con la conservación ambiental es influenciada por diversas variables, como su nivel socioeconómico, educación, cultura, actitudes, valores y conocimientos ecológicos, la experiencia directa con la naturaleza parece ser fundamental5. Sin esa base, es menos probable que las personas se comprometan con la acción futura en pro de la conservación. Por lo tanto, si bien la mayoría de los ecosistemas y especies no prosperan en las ciudades, su conservación puede depender de los votos, las donaciones y el liderazgo ambiental de las personas nacidas y criadas en la urbanidad.

Si una inteligencia artificial puede imaginar mejores ciudades, ¿por que nosotros no?

Espacios biofilicos: las ciudades que necesitamos 

El paisaje urbano es donde llevamos a cabo nuestra vida, es fundamental que estos espacios sean multifuncionales y biofilicos, es decir que prioricen a las personas y la biodiversidad y donde el verde no sea un privilegio que se paga sino un derecho adquirido. Para lograr la recuperación de la naturaleza en las ciudades, es necesario enfrentar varios desafíos. El primero es hacerlo de manera visible y efectiva, ya que actualmente la naturaleza se encuentra avasallada por el cemento. Pero no solo se trata de recuperarla, sino de hacerlo de manera equitativa, asegurando que todas las personas tengan acceso y puedan disfrutar de los beneficios que ofrece. Además, se debe aprovechar estas acciones para desarrollar estrategias de aprendizaje y enseñanza que fomenten la conexión con la naturaleza. Esto permitiría formar ciudadanos ambientales críticos que comprendan que no somos entes separados, dominantes o salvadores de la naturaleza, sino parte de complejas interrelaciones.

Las ciudades del futuro deben ser inspiradoras, restauradoras, hermosas y diseñadas en torno a una sensación de conexión y asombro por el mundo natural. A estas comunidades ricas en naturaleza se les conoce como «biofílicas«6. Pero renaturalizar las ciudades no es solo llenar lugares de plantas, sino que implica lograr que las personas se relacionen activamente con el entorno natural de múltiples maneras. Para eso es necesario encontrar y aumentar los espacios donde generar esas relaciones, desde grandes áreas como reservas naturales urbanas, hasta plazas, parques, jardines e incluso el arbolado urbano pueden usarse para cambiar los lentes con los que se observa, o ignora, a la naturaleza, y llegar a generar conciencia sobre los múltiples co-beneficios de tener ciudades más verdes.

Galeano escribió que la utopía siempre está en el horizonte, dando pasos delante nuestro, y para eso sirve, para ayudarnos a caminar. Tal vez del mismo modo, la «utopía ecourbana» sea un horizonte, y cada paso sea un cantero renaturalizado, un árbol nativo plantado, una plaza ganada al cemento, una reserva recuperada. No importa qué tan lejos esté; lo importante es caminar hacia ese objetivo.

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Referencias
  1. Mc Donald & Beatley. (2021). Biophilic cities for an urban century ↩︎
  2. Capaldi et al. (2015). Flourishing in nature: A review of the benefits of connecting with nature and its application as a wellbeing intervention ↩︎
  3. Richard & Contreras Zapata. (2015) Reservas naturales urbanas: Una necesidad vital para la educación ambiental en Bolivia y Latinoamérica ↩︎
  4. Katia Hueso. (2017). Somos Naturaleza: Un viaje a nuestra esencia
    ↩︎
  5. Dunn, R. (2006). The pidgeon paradox ↩︎
  6. Mc Donald & Beatley. (2021). Biophilic cities for an urban century ↩︎

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