Biofilia para reencantar las ciudades

Por Gonzalo Cemborain
Tiempo de lectura: 18 minutos.

Naturaleza urbana, para qué y para quién

En Los verdes que faltan (I) hablamos de los espacios verdes urbanos en general: como se definen, cuáles son sus beneficios en nuestra salud física y mental, en el entramado social y cómo mejoran la calidad ambiental. En la segunda parte nos enfocamos en la accesibilidad, las problemáticas que enfrenta el entramado verde urbano y alternativas para pensar diferente. Por último, en este artículo hablamos de plantas nativas, ecorregiones y biodiversidad, destacando que cualquier estrategia de renaturalización urbana debe considerar las plantas autóctonas de cada región.  En esta nueva serie de artículos nos enfocamos en los espacios verdes como estrategia de mitigación y adaptación al cambio climático, analizamos algunos de los beneficios que tienen en nuestra calidad de vida y como ayudan a la educación ambiental. Finalmente, en la continuación de este artículo, nos preguntamos cómo sumar naturaleza al paisaje urbano a través del llamado sistema de áreas verdes para lograr el objetivo de la biodiverciudad.

Índice de contenidos

¿Qué tienen que ver la crisis climática y ambiental, el declive de la salud mental, el aumento del estrés, el sedentarismo, la pérdida y degradación del tejido comunitario, y la indiferencia ciudadana frente a la desaparición de bosques y humedales con los espacios verdes urbanos? Absolutamente nada si observamos las actuales prioridades políticas en relación con la ciudad y el espacio público. Pero absolutamente todo si miramos de cerca cómo los espacios verdes influyen en nuestra salud mental y física, en la cohesión social y en la percepción que tenemos de la naturaleza.

Mejorar la cantidad y calidad de los espacios verdes urbanos (en adelante, EVU) mediante la renaturalización urbana es una de las estrategias más efectivas y viables para enfrentar las consecuencias del cambio climático en las ciudades. Pero, ¿qué respalda esta afirmación? ¿De qué manera la transición hacia biodiverciudades podría contribuir a crear espacios resilientes y adaptados al cambio climático? ¿Es la renaturalización una respuesta válida a la experiencia de una ciudad inhumana? Y si lo es, ¿cómo podemos aprovechar este movimiento para fomentar ciudadanos biofílicos? Si, como muchos aseguran, el futuro será urbano, entonces renaturalizar las ciudades no es solo un anhelo, sino una necesidad urgente para reconectarnos como ciudadanos y habitantes de la biosfera.

De ciudad-vulnerable a ciudad-resiliente

Aún hoy en día, las políticas que promueven el aumento de espacios verdes, la mejora del arbolado público y la renaturalización urbana en general se perciben como secundarias y poco prioritarias. Muchas personas ven a la naturaleza urbana como un decorado verde para ciudades o barrios que pueden permitirse ese lujo, algo desconectado de otras problemáticas.

Mientras tanto, las ciudades enfrentan desafíos cada vez más complejos, como la necesidad de mitigar y adaptarse a las consecuencias que impone el cambio climático. Frente a estos impactos, los tomadores de decisiones suelen apresurarse en recurrir exclusivamente a proyectos de infraestructura gris a gran escala o soluciones tecnológicas, dejando de lado alternativas más accesibles. Parte de este enfoque se debe a nuestra tendencia a concebir la relación naturaleza-ciudad de manera dicotómica, cuando en realidad lo urbano depende y se desarrolla dentro de un entorno natural, aunque esté degradado en mayor o menor medida1. Es así que se suelen ignorar o subestimar estrategias alternativas o complementarias, como la renaturalización urbana, que se basa en la utilización de materiales y recursos locales, revitalizando y actualizando conocimientos tradicionales2.

El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), organismo de referencia en materia de cambio climático, incluye la renaturalización urbana y la restauración de espacios verdes dentro del marco de las denominadas Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN), acciones capaces de reducir los riesgos asociados al cambio climático3.

Las SbN se definen como “acciones inspiradas y sostenidas por procesos naturales para proteger, gestionar y restaurar ecosistemas, con el objetivo de abordar desafíos sociales como el cambio climático”4.

Es importante destacar que las SbN se entienden como soluciones sistémicas (ver artículo), ya que restauran o generan nuevos ciclos de retroalimentación entre los sistemas sociales, ecológicos y tecnológicos en el entorno urbano, aportando múltiples cobeneficios en los ámbitos social, económico y ecológico5. De hecho, tanto el IPCC como IPBES han subrayado en diversos informes que las SbN son piedras angulares en la lucha contra las crisis gemelas de pérdida de biodiversidad y cambio climático6.

¿Por qué nos parece importante hablar de SbN y adaptación al cambio climático? Porque el 48% de las capitales de América Latina y el Caribe (donde 8 de cada 10 personas viven en ciudades) están expuestas a riesgos extremos por los impactos del cambio climático: inundaciones fluviales y costeras, olas de calor, precipitaciones extremas y escasez de agua. Cuando hablamos de adaptación al cambio climático, los riesgos son el resultado de la interacción entre los peligros, la exposición y la vulnerabilidad7.

Imagen 1: Lo que hay que tener en cuenta para evaluar vulnerabilidad y riesgos en ciudades Fuentes: PNUMA (2023)

Tanto la vulnerabilidad como los riesgos (y por consecuencia, las acciones de adaptación) difieren según el tipo de ciudad. La pérdida de biodiversidad, las desigualdades socioeconómicas, la pobreza o la inadecuada planificación urbana, entre otros factores, son problemáticas multidimensionales que se retroalimentan y que hacen de cada ciudad un mundo diferente8. Sin embargo, las SbN se caracterizan por ser flexibles, diversas, multifuncionales y distribuidas. Estos atributos son clave para mejorar la resiliencia urbana, entendida como la capacidad del sistema urbano y de todas sus partes para mantener o recuperar rápidamente un estado deseado tras un impacto9.

Es decir que, aún con las particularidades de cada ciudad, toda estrategia de adaptación climática se beneficia al integrar activamente la naturaleza en la planificación urbana. El aumento de la infraestructura ecológica urbana — por ejemplo, a través de la conocida infraestructura verde y azul (imagen 4)— es una estrategia de relativo bajo costo, eficiente y complementaria, o incluso alternativa, a la infraestructura gris10. Además, crea sinergias que fortalecen tanto la resiliencia climática de la población como las infraestructuras, al tiempo que funcionan como estrategia de mitigación (almacena carbono y reduce consumo) y ayudan a conservar y crear hábitats que favorecen la biodiversidad (imagen 2 y 5).

Imagen 2: potencial integración de diversas estrategias de infraestructura verde y azul dentro de un sistema urbano: muros y calles verdes, arbolado, bosques urbanos, techos verdes, agricultura urbana, espacios azules y sus beneficios clave de mitigación juntos con los  cobeneficios de adaptación. Fuente: traducción propia  del  IPCC

Paliativos verdes para una ciudad con fiebre

Si bien, como ya dijimos, hay que considerar las particularidades de cada ciudad, restaurar o construir ecosistemas se está convirtiendo en una práctica cada vez más común para abordar problemas que afectan a casi todos los que habitamos grandes centros urbanos, aunque, como mencionamos, es clave considerar las particularidades de cada ciudad. Entre estos problemas destaca la tendencia de las ciudades a acumular calor.

Imagen 3: Evaluación de impacto de los corredores verdes de Medellín. Fuente. PNUMA (2023)

Vivimos en enormes estufas eléctricas. Cómo hablamos en este artículo, los cambios en la absorción y reflexión de la radiación en las ciudades crean un efecto conocido como isla de calor urbano (ICU)11. Este efecto se agrava con las olas de calor cada vez más extremas y frecuentes debido al cambio climático. En contraste, la vegetación regula el clima mediante una combinación de sombra y  evapotranspiración12 que pueden llegar a reducir las temperaturas máximas durante las noches veraniegas entre 1 y 5 grados13.  La protección solar proporcionada por el arbolado urbano, cuando forman un dosel de follaje abundante y no es podado innecesariamente, puede reducir la temperatura radiante, la que irradian las superficies a nuestro alrededor, más de 10 grados en días calurosos14 y reducir las necesidades energéticas de enfriamiento de los edificios hasta en un 54%15 . Como muestra el estudio realizado de los corredores verdes en Medellín (imagen 3), los árboles literalmente nos pueden salvar la billetera e incluso la vida al prevenir un golpe de calor.

Imagen 4: Contrario a la Isla de Calor Urbana, la “isla fresca en los parques” puede reducir hasta 5 °C e incluso 10 °C la temperatura del aire con respecto a sus alrededores edificados16

Cuando decimos que las SbN generan múltiples co-beneficios no es en absoluto exagerado. Además de contribuir a la reducción del efecto Isla de Calor Urbano y del estrés térmico y de reducir la escorrentía superficial de aguas pluviales (necesarias estrategias adaptativas frente al cambio climático), los diferentes tipos de EVU (imagen 2) pueden:

  • Reducir la contaminación sonora: Buenos Aires, por ejemplo, está entre las ciudades más ruidosas del mundo, con niveles que superan lo recomendado por la OMS. Los árboles pueden disminuir estos sonidos por absorción, reflexión, y/o enmascaramiento.  Junto con la vegetación, puede ocultar ruidos al generar sus propios sonidos a través del viento o las aves que los utilizan. El árbol se convierte en un escape al tumulto sonoro.
  • Reducir la contaminación atmosférica: al remover hollín y moléculas contaminantes, principalmente al atraerlos a través de los estomas (poros) de las hojas. Aunque esto depende de varios factores (humedad, tipo de hojas, etc) y un porcentaje de las partículas quedan en la superficie de las hojas, pudiendo volver a la atmósfera, el resultado global suele ser positivo para el entorno.
  • Reducir los riesgos de inundación y  contaminación del agua mediante sistemas urbanos de drenaje sostenible (SUDS) o la restauración o construcción de ecosistemas como humedales artificiales17. A su vez, los mismos brindan beneficios recreativos y estéticos.
  • Las SbN promueven el desarrollo local al generar puestos de trabajo necesarios para su creación, cuidado y mantenimiento18.
  • Como si no fuese suficiente, son grandes sumideros que almacenan CO2. Regalandonos oxígeno en el proceso, se estima que los árboles urbanos llegan a almacenar alrededor de 7.400 millones de toneladas de carbono y secuestrar aproximadamente 217 millones de toneladas de carbono anualmente a nivel global.
Imagen 5: múltiples beneficios de la naturaleza urbana.

Todos estos beneficios indudablemente terminan impactando positivamente en nuestras vidas. Pero también hay que tener precauciones, no todo es color de verde en el camino de las SbN. como todo concepto atractivo y marketinero, puede convertirse en una herramienta de greenwashing urbano, y/o su mala planificación terminar por brindar lo contrario a lo que se busca: molestias o diservicios ecosistémicos19.

¿Qué es y que no es una SbN?

En la era del marketing verde y la desinformación, ¿cómo diferenciar SbN reales de simples etiquetas de libre uso? Cómo ya se mencionó, las SbN son integrales, multifuncionales y respetuosas de la biodiversidad; por ejemplo, la conservación y restauración de humedales y bosques en cuencas altas, que mejora la retención de agua, reduce inundaciones y aumenta la biodiversidad. Por el contrario, acciones unidimensionales, como plantar monocultivos de árboles con alta capacidad de absorción de CO2, aunque efectivas como sumideros de carbono, resultan perjudiciales para la biodiversidad y no pueden considerarse SbN. Saber reconocer las diferencias nos ayuda a no dejarnos engañar, evitando que nos vendan pino por bosque nativo.

Además, dada la complejidad propia del urbanismo (fragmentación de hábitats, conflictos en la producción del espacio urbano, redes subterráneas, desigualdades estructurales, etc.), las SbN deben incorporar enfoques integrados de justicia climática, perspectiva de género y procesos participativos20. Esto garantizará que la mitigación de impactos climáticos y la generación de espacios verdes no aumenten los riesgos sociales. Crear parques puede ser una buena estrategia política pero si se hace sin criterios de sensibilidad social ni indicadores de género resulta a largo plazo perjudicial y les hace un flaco favor a esos espacios21. Del mismo modo, generar fachadas verdes en un emprendimiento inmobiliario es mejor que nada, pero no es una SbN si no considera la fisonomía del barrio, se edifica sobre terreno vegetal y absorbente e ignora las demandas de los vecinos a la obra. Volvemos a la pregunta de siempre, ¿Para qué y quién se construye y con qué objetivo? (Será un tema para profundizar en otro momento).

En resumen, cualquier estrategia de renaturalización urbana (o cualquier otra SbN) debe planificarse de manera adaptándose a las particularidades de cada área. Es decir, un diseño que además de verde, sea inclusivo y atractivo.  De lo contrario, no solo puede carecer de consenso social y, en consecuencia, no fomentar un sentido de pertenencia hacia el lugar, sino que también generar diservicios, es decir, problemas, conflictos o daños ocasionados por los árboles u otros elementos de la infraestructura verde, como:

  • Árboles que dañan veredas, vivienda o pavimento debido a una mala planificación o incorrecta decisión de la especie. Del mismo modo, una mala elección del árbol puede generar mayores problemas de salud respiratorios o alergias por la producción de compuestos orgánicos volátiles.
  • Conflictos por el uso del suelo: La implementación de infraestructura verde puede competir con otros usos urbanos importantes. Por tales motivos es importante no pasar por encima de las personas vecinas al área donde se busca implementar. Además, los nuevos proyectos de soluciones basadas en la naturaleza en áreas urbanas a menudo conducen a un aumento de los precios de la tierra y del alquiler, lo que puede exacerbar los procesos de gentrificación (conocida como gentrificación verde) y desplazar a las poblaciones a las que las estrategias pretenden ayudar. 
  • Cualquier tipo de SbN o espacio verde mal planificado o realizado puede requerir recursos y esfuerzos continuos para evitar que se degrade. Por ejemplo, haciendo una mala instalación de drenajes sostenibles o mala elección de vegetación, lo que conlleva una alta necesidad de mantenimiento o recursos hídricos.

Una vez tenidas en cuenta estas problemáticas, se puede decir con seguridad que reverdecer las ciudades es una gran estrategia para mejorar la calidad ambiental y de vida en la ciudad. La naturaleza urbana mejora nuestra vida de manera indirecta, facilitando el contacto social y estimulando el ejercicio y movimiento físico22. Pero también lo hace de manera directa, con efectos calmantes. Podría decirse que la naturaleza en la ciudad funciona como una moneda de cambio que podemos utilizar para pasar un peaje que todos pagamos.

Renaturalización como respuesta al peaje urbano

Hasta fines del siglo XIX, las ciudades no eran los mejores lugares para vivir, al menos si querías tener una larga vida. Los habitantes urbanos solían tener una expectativa de vida menor que quienes vivían en áreas rurales23. un fenómeno que los historiadores urbanos bautizaron como la «penalización de la salud urbana». Muchas de las grandes plazas, avenidas arboladas y parques construidos entre fines del siglo XIX y principios del XX fueron, en parte, respuestas higienistas a problemas como la mala calidad del aire y el hacinamiento. Estas intervenciones urbanísticas buscaban mejorar las condiciones de vida y, en cierto modo, paliar los efectos de vivir en las ciudades.

Hoy, aunque las tasas de mortalidad urbana son iguales o incluso más bajas que las rurales, hay otra factura que seguimos pagando: una «penalización a la salud psicológica urbana». Este fenómeno es producto de una combinación de factores como el sedentarismo, la contaminación acústica y atmosférica, la sobreestimulación visual, los ritmos de vida frenéticos, las altas densidades de población, los eventos climáticos extremos y el deterioro del tejido comunitario, entre otros24. Estos elementos afectan nuestra salud mental de maneras profundas, dejándonos agotados, estresados y desconectados.

Ante este panorama, las áreas verdes urbanas emergen como un alivio necesario. No son la única solución (porque los problemas complejos nunca tienen respuestas simples), pero su papel es fundamental para mitigar los impactos negativos de la vida urbana. Estar al aire libre en un espacio con naturaleza permite que el cerebro descanse. Nuestro sistema nervioso autónomo se activa y accedemos a un estado que los neurocientíficos llaman «fascinación suave»25. En ese estado, nuestra mente encuentra calma, nos sentimos más conectados con el entorno y tenemos la libertad de soñar despiertos.

Pero, ¿qué es lo que hace que la naturaleza tenga este efecto tan poderoso en nosotros? ¿Es algo que llevamos en nuestros genes o es una habilidad que aprendemos con el tiempo? Desde la ciencia surgen respuestas a estas preguntas que pueden ayudarnos a entender mejor por qué la conexión con la naturaleza es, en esencia, una necesidad humana.

Que tendrá ese espacio verde…

Sacas tu tupper y decidís ponerte a comer mientras repasas bajo las luces frías y el aire ahogado de la oficina. Pero una corazonada adentro tuyo te pide que salgas, que hagas tres cuadras hacia ese parque que ves solo al pasar. Le haces caso a tus sensaciones sin ningún tipo de expectativa, solo que tus ojos vean algo diferente, algo verde que respira. 

Son las 12:55. Se acerca el ansiado momento del almuerzo tras una mañana de llamadas con el jefe, fechas límite que te pisan los talones y tablas de Excel que no cierran. Definitivamente nada de esto pone en riesgo tu vida, ¿Pero cómo explicarle a tu cerebro que no te está corriendo un león, que es solo un teléfono sonando? Como si no fuese suficiente, a los ojos cansados, el ritmo cardíaco acelerado y la fatiga mental, se le suma una cita universitaria a las 19 hs con el examen final más temido del año.


Sacas tu tupper, resignado a comer bajo las luces frías y el aire denso de la oficina, mientras repasas mentalmente los pendientes. Pero algo dentro tuyo un impulso pequeño pero insistente, te invita a salir.
A solo tres cuadras está ese parque que siempre ves de pasada, pero en el que nunca te detenes. Hoy es diferente; sin expectivas, le haces caso a tus sensaciones y salis a la jungla de cemento. Al cruzar las calles, el ruido del tráfico comienza a mezclarse con el rumor de hojas mecidas por el viento. El aire parece diferente, más ligero, más real. Tus pies pisan el sendero del parque y de inmediato tus ojos encuentran lo que buscaban: algo verde, algo vivo, algo que respira.

Puede que tu día siga igual de intenso, pero algo en tu cuerpo cambio, algo se siente mejor. Se despejaron tus pensamientos y, sin entender porque tu mente se siente más liviana. Hubo algo en el sonido de los pajaros o el olor de las plantas que te hace agradecer por tener ese pedazo de verde cerca. Una pequeña dosis revitalizante para el día que sigue.

A pesar de que desde el siglo XIX se destaca la importancia de los espacios verdes en la mejora de la calidad de vida en áreas urbanas26, en la última década las investigaciones que exploran los vínculos positivos entre estos espacios, la biodiversidad y la salud humana han crecido de forma exponencial27. Sus hallazgos demuestran algo que  percibimos intuitivamente: la naturaleza es una fuente de beneficios para el cerebro humano.

Un estudio de 2015 (con el bello nombre de “Florecer en la naturaleza”) analizó tres grandes teorías  que explican la relación positiva entre nuestro bienestar y el contacto con la naturaleza: La Teoría de la Reducción del Estrés (TRE), la Teoría de la Restauración de la Atención (TRA) y la Teoría de la Biofilia28.

Según la TRE, desarrollada por el profesor Roger Ulrich en los años noventa, el contacto con ambientes naturales restaurativos (aquellos en los que no nos sentimos en riesgo) estimula la recuperación del estrés acumulado en la vida cotidiana al activar el sistema nervioso parasimpático, lo que genera un estado de calma y relajación. 

Por otro lado, la TRA, propuesta por la pareja de psicólogos Rachel y Stephen Kaplan, sugiere que ciertos entornos verdes favorecen la recuperación de la fatiga mental provocada por tareas que requieren una atención sostenida, como el trabajo de oficina o el estudio. Según esta teoría, existen dos tipos de atención: la atención dirigida, un recurso limitado que luego de un tiempo de uso, produce fatiga, irritabilidad y un bajo rendimiento cognitivo, y la atención involuntaria, que se realiza sin esfuerzo.  Los entornos naturales son especialmente restaurativos  ya que permiten al individuo experimentar sensaciones de desconexión, fascinación y compatibilidad, lo que alivia la sobrecarga mental. Además, contienen múltiples estímulos sensoriales que atraen nuestra atención involuntaria sin esfuerzo, lo que nos permite descansar la mente.

Diversos estudios han corroborado está correlación positiva entre caminar en un área natural o boscosa y una mayor sensación de felicidad, bienestar, fortalecimiento de la creatividad y la memoria cognitiva, así como menores niveles de estrés, irritabilidad e insomnio29. Más allá de las teorías que postulan que la misma naturaleza tiene propiedades que generan bienestar y reducen el agotamiento mental, el porqué de tales beneficios aún es motivo de debate. Algunos teorizan que la presencia de sustancias volátiles conocidas como terpenos, producidas por los árboles, puede explicar algunos de estos beneficios, pero no son la única razón. Tal vez, simplemente, nuestra tendencia evolutiva a buscar lo vivo y prestar atención a la naturaleza sea la respuesta. De eso habla la última de las hipótesis, la hipótesis biofilica.

Biofilia vs biofobia: Vos, ¿de qué lado estás?

La teoría de la Biofilia fue desarrollada por el biólogo y experto entomólogo, Edward O. Wilson. Si bien el concepto de biofilia ya había sido desarrollado por el psicoanalista Erich Fromm en los años 60 (definido como el amor innato que los humanos sienten por la vida y lo vivo30) Wilson lo llevó, en su libro homónimo de 1984, hacia un enfoque biológico, proponiendo que:

Los seres humanos tienen una «tendencia innata a sentir afinidad por la naturaleza y los seres vivos» y que esa conexión está moldeada en nuestros genes, producto de nuestro pasado evolutivo. 

Wilson se posiciona desde una lógica evolutiva, nuestros antepasados debían comprender los ritmos de la naturaleza para sobrevivir, de esa comprensión surge una conexión. Si bien al postular la teoría no presenta evidencias en un sentido formal, diversas disciplinas (como el diseño y el urbanismo) y estudios han podido comprobar que efectivamente existe un vínculo emocional entre el mundo natural y nosotros31. ¿Debería sorprendernos?, después de todo no somos entes aislados de la biosfera, formamos parte de ese mundo. Además, si consideramos la ínfima parte de nuestra historia como especie que ha transcurrido en entornos urbanos y los más de dos millones de años de evolución en entornos naturales de los homínidos, no es de extrañar sentirnos atraídos hacia los espacios naturales donde formamos las funciones fisiológicas y psicológicas que nos hacen personas. El ruido de las serpientes importaba, pero también el sabor del agua, el zumbido de las abejas y el olor de la tierra.

Estas teorías mencionadas (TRE, SRA y Biofilia) no se excluyen mutuamente sino que comparten implicaciones similares: la atracción por la naturaleza está inscrita en nuestros genes (genotipo) y conectarse con ella nos proporciona bienestar. Pero si todos tenemos una tendencia biofílica, o al menos hemos sido biológicamente preparados para sentir esa conexión con la naturaleza ¿por qué resulta tan difícil hallar esta conexión en algunas personas? e incluso más, ¿por qué algunas personas se sienten tan incómodas en espacios naturales?

El miedo a lo natural en un mundo cada vez más artificial.

Es común conocer a personas que han perdido esa conexión innata con la naturaleza, al punto de no solo no encontrar placer en su contemplación, sino incluso sentir incomodidad o miedo. Esta respuesta, que podría considerarse biofóbica, tiene sus raíces en los temores que la naturaleza salvaje despierta, una reacción adaptativa que, si bien normal hasta cierto punto, se vuelve problemática cuando este miedo irracional surge de un estilo de vida cada vez más desconectado, no solo de otros seres vivos, sino del entorno natural en general. 

El entorno urbano, con su capacidad de condicionar social y culturalmente a las personas, junto con una limitada alfabetización ecológica y educación descontextualizada de lo ambiental, contribuyen a una creciente sensación de separación entre lo urbano y tecnológico y lo natural32. En otras palabras, si bien la biofilia se postula como una cualidad innata del humano (el genotipo), la manifestación conductual de este rasgo (el fenotipo) también está condicionada por la cultura y educación que recibimos, la cual puede alejarnos de sensaciones de aprecio hacia la naturaleza. Frente a esta realidad surge la pregunta ¿debería importarnos este rechazo hacía la naturaleza? ¿Es solo una preferencia? como quien no disfruta de los fideos con salsa o del café mañanero.

Algunos creen que el amor o miedo hacia la naturaleza son simples preferencias personales, sin mayor relevancia. Otros sostienen que esta desconexión afecta a toda la sociedad. En el ensayo “Ámalo o piérdelo”, David Orr afirma que por cada biofóbico, alguien más debe asumir la responsabilidad de preservar, preocuparse y proteger la naturaleza que tanto biofílicos como biofóbicos necesitamos por igual. Después de todo, dependemos de la naturaleza; somos parte de la biosfera y de la comunidad de vida. La biofobia se convierte así en el «problema del polizón»: beneficiarse del aire, el agua, la biodiversidad y la tierra que otros protegen, sin mover un dedo para preservarlos. Para Orr, la biofobia no distribuye de manera justa el trabajo de cuidar la tierra cualquier lugar e  incluso va más allá: «la biofobia no está bien por la misma razón que la misantropía y sociopatía no están bien» ya que reduce el rango de experiencias y alegrías, igual que la incapacidad de crear lazos afectivos limita la vida humana.

Pero la biofobia no es el único ni el peor problema. Basta con revisar anuncios de desarrollos inmobiliarios para encontrar un sinfín de eslóganes que parecen biofílicos: “barrio ecológico”, “volver a la naturaleza”, “ecobarrio”. Abundan las publicidades donde se construye un andamiaje discursivo en torno a las ideas de desarrollo sustentable y el deseo de estar en contacto con la naturaleza33. Detrás de esta fachada de urbanización verde estos proyectos generalmente implican la destrucción de ecosistemas como bosques y humedales, generando una enorme huella ecológica y expandiendo la mancha urbana34. ¿Cómo es posible que deseemos vivir rodeados de naturaleza, pero ignoremos el impacto de nuestros deseos? Una vez más, la escasa alfabetización ecológica y el crecer en entornos cada vez más hostiles con la naturaleza son una posible respuesta.

Paradojas y oportunidades

Para sorpresa de nadie, a escala global, las acciones de conservación de la biodiversidad están resultando insuficientes. Y es que las iniciativas realmente ambiciosas requieren de voluntad política por un lado y apoyo popular por el otro. Este apoyo implica que, como individuos y ciudadanos, cambiemos hábitos de consumo y nos involucremos a través de organizaciones y/o nuestras elecciones políticas.

Que la conservación de la naturaleza dependa de poblaciones cada vez más urbanas y desconectadas de su entorno natural es un problema. El ambientólogo Robert Dunn ha llamado a este problema “La Paradoja de la Paloma”: las personas son más propensas a apoyar la conservación cuando tienen experiencias directas con el mundo natural, experiencias que comienzan a ocurrir en mayor medida en entornos urbanos, entornos que no solo poseen cada vez menos espacios verdes y/o áreas naturales cerca, sino que también transmiten la idea de que la naturaleza debe ser domesticada y, en caso contrario, resulta molesta o desagradable (pensemos, por ejemplo, en los árboles desmochados o la percepción negativa que se tiene sobre las palomas)35.

Si bien nuestra relación con la conservación ambiental está influenciada por diversas variables, como nivel socioeconómico, educación, cultura, actitudes, valores y conocimientos ecológicos, la experiencia directa con la naturaleza parece ser fundamental. Sin una base de experiencias en la naturaleza, es menos probable que las personas se comprometan con la acción futura en pro de la conservación. Por lo tanto, si bien la mayoría de los ecosistemas y especies no prosperan en las ciudades, su conservación puede depender de los votos, las donaciones y el liderazgo ambiental de las personas nacidas y criadas en ellas.

Trabajar sobre la trama verde e invisible

El paisaje urbano, donde transcurre nuestra vida cotidiana, debe ser multifuncional y biofílico, priorizando tanto a las personas como a la biodiversidad.  Sin embargo, lograr la recuperación de la naturaleza en las ciudades enfrenta desafíos importantes: no solo hay que contrarrestar la invasión del cemento y la especulación inmobiliaria, sino hacerlo de manera equitativa, asegurando que todas las personas tengan acceso y puedan disfrutar de los beneficios que ofrece. Además, estas iniciativas pueden convertirse en oportunidades educativas que refuercen nuestra conexión con la naturaleza y formen ciudadanos ambientales críticos que comprendan que no somos entes separados, dominantes o salvadores de la naturaleza sino que somos parte de una compleja interrelación. 

Las áreas verdes urbanas ofrecen un espacio para reconectar con procesos ecológicos y formarnos como ciudadanos ecológicamente alfabetizados. Sin embargo, renaturalizar las ciudades no solo implica transformar físicamente el entorno, sino también trabajar en la «trama invisible»36: un cambio en los valores, aspiraciones y prácticas sociales. Esto requiere estrategias de sensibilización y concienciación a través de la educación formal y otros ámbitos de la vida cotidiana, como medios de comunicación, entornos laborales y actividades comunitarias.

Promover la biofilia y la cultura de la contemplación es esencial para construir una ciudadanía ambiental crítica. Mostrar la naturaleza a través de gráficas y fotos en las escuelas puede resultar demasiado abstracto; en cambio, se necesita una conexión vivencial con su belleza, ritmos y formas. Este vínculo directo no solo nos beneficia emocionalmente, sino que también fortalece nuestro compromiso con la conservación de la vida en su totalidad. Por todos estos motivos, las ciudades del futuro deben ser inspiradoras, restauradoras, hermosas y diseñadas en torno a una sensación de conexión y asombro por el mundo natural. A estas comunidades ricas en naturaleza se las conoce como «biofílicas»37.

Las ciudades biofílicas son, de manera holística, lugares de naturaleza inmersiva, donde el contacto con el mundo natural es un medio para promover el bienestar personal y la conexión con la naturaleza es un aspecto del bienestar en sí mismo. Las Soluciones Basadas en la Naturaleza tienen el potencial de transformar las ciudades, pero deben ser planificadas con equidad y justicia. No se trata solo de llenar los espacios con plantas, sino de crear relaciones activas con el entorno natural a través de espacios diversos, desde reservas urbanas hasta pequeñas planteras. Estos entornos permiten redescubrir la naturaleza, generar conciencia sobre sus beneficios y avanzar hacia ciudades más verdes, un tema que exploraremos en profundidad en el próximo artículo.

Timon McPhearson, Nadja Kabisch, and Niki Frantzeskaki. Descargado de: https://www.elgaronline.com/ at 04/19/2024 07:46:09PM via Open Access. This work is licensed under the Creative Commons
  1. McPhearson, T., Kabisch, N., & Frantzeskaki, N. (2023). Nature-based solutions for cities: Integrating climate adaptation and mitigation.. https://doi.org/10.4337/9781800376762: p.5 ↩︎
  2. Morán Alonso, N., Jesús Martín Hurtado, Francisco Durán y Eduardo García. (2021). Las ciudades frente a la crisis ecológica. ↩︎
  3.  IPCC AR6. WGIII (2022). Capitulo 8 ↩︎
  4.  PNUMA. (2023). Soluciones basadas en la naturaleza para ciudades resilientes al cambio climático ↩︎
  5.  McPhearson, T., Kabisch, N., & Frantzeskaki, N. (2023). Nature-based solutions for cities: Integrating climate adaptation and mitigation.. https://doi.org/10.4337/9781800376762: p.3 ↩︎
  6.  IPBES (Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas) es el equivalente al IPCC pero con el foco en biodiversidad y servicios ecosistémicos. Citados en McPhearson et al (2023: p.4) ↩︎
  7. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (2023) Soluciones basadas en la naturaleza para ciudades resilientes al cambio climático – Perspectivas y experiencias de América Latina. P 29. ↩︎
  8. PNUMA (2023). ↩︎
  9. Una definición más completa de resiliencia urbana sería: “la capacidad de un sistema urbano y todas sus redes socioecológicas y sociotécnicas constituyentes, a través de escalas temporales y espaciales, para mantener o recuperar rápidamente funciones deseadas frente a una perturbación, adaptarse al cambio y transformar rápidamente los sistemas que limitan la capacidad adaptativa actual o futura.» McPhearson, T., Kabisch, N., & Frantzeskaki, N. (2023). Nature-based solutions for cities: Integrating climate adaptation and mitigation: p.16 ↩︎
  10. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (2023) Soluciones basadas en la naturaleza para ciudades resilientes al cambio climático – Perspectivas y experiencias de América Latina ↩︎
  11. Camilloni, I. (2014). Cambio climático en la ciudad de Buenos Aires: cambios observado y escenario
    futuros. Agencia de Protección Ambiental. Buenos Aires. ↩︎
  12. Para este proceso de transpiración de las hojas se requiere de energía calorífica, la cual al ser capturada, produce un descenso en la temperatura. ↩︎
  13. Evaluación estratégica de medidas para reducir la Isla de Calor Urbana en la ciudad de Buenos Aires: p.51 ↩︎
  14.  Speak, A., Montagnani, L., Wellstein, C., & Zerbe, S. (2020). The influence of tree traits on urban ground surface shade cooling. Landscape and Urban Planning, 197, 103748. https://doi.org/10.1016/j.landurbplan.2020.103748. ↩︎
  15.  Tsoka, S., Leduc, T., & Rodler, A. (2021). Assessing the effects of urban street trees on building cooling energy needs: The role of foliage density and planting pattern. Sustainable Cities and Society, 65, 102633. https://doi.org/10.1016/j.scs.2020.102633 ↩︎
  16.  Benito, G & Palermo Arce, M. (2024). El árbol en la ciudad. Manual de arboricultura urbana.P.23
    ↩︎
  17. https://www.iagua.es/respuestas/que-es-sistema-urbano-drenaje-sostenible-suds?amp
    https://www.pagina12.com.ar/568685-cientificas-construyen-humedales-artificiales-para-tratar-de
    ↩︎
  18. Kooijman et al. (2021). Innovating with Nature: From Nature-Based Solutions to Nature-Based Enterprises ↩︎
  19. McPhearson, T., Kabisch, N., & Frantzeskaki, N. (2023). Nature-based solutions for cities: Integrating climate adaptation and mitigation: p.20 ↩︎
  20.  Programa de las Naciones Unidas para el Medio  Ambiente (2023) Soluciones basadas en la naturaleza para ciudades resilientes al cambio  climático – Perspectivas y experiencias de América Latina: p.43 ↩︎
  21. Programa de las Naciones Unidas para el Medio  Ambiente (2023) Soluciones basadas en la naturaleza para ciudades resilientes al cambio  climático – Perspectivas y experiencias de América Latina ↩︎
  22.   Wan, C., Shen, G., & Choi, S. (2021). Underlying relationships between public urban green spaces and social cohesion: A systematic literature review. También lo hablamos en Los verdes que faltan I y Los verdes que faltan II. ↩︎
  23. Esto se daba por una combinación de factores como la mala calidad del aire, la contaminación del agua por desechos industriales y cloacales y el hacinamiento ↩︎
  24. McPhearson, T., Kabisch, N., & Frantzeskaki, N. (2023). Nature-based solutions for cities: Integrating climate adaptation and mitigation: p.20 ↩︎
  25.  https://www.nrpa.org/parks-recreation-magazine/2013/april/the-soft-fascination-of-nature/
    ↩︎
  26. Urbanistas como Frederick Law Olmsted (creador del Central Park) o Ebenezer Howard (autor del libro ‘Garden Cities of Tomorrow, en 1898) ya destacaban las virtudes de los espacios verdes para el bienestar físico y mental. Más cerca, grandes paisajistas como Carlos Thays o el ingeniero Benito Carrasco le dieron un rol prioritario al verde urbano. ↩︎
  27. Zhao, X., et al. (2022). Biodiversity in Urban Green Space: A Bibliometric Review on the Current Research Field and Its Prospect ↩︎
  28.  Capaldi, C., et al. (2015). Flourishing in nature: A review of the benefits of connecting with nature and its application as a wellbeing intervention ↩︎
  29. Antonelli, M. (2020). Forest Volatile Organic Compounds and Their Effects on Human Health: A State-of-the-Art Review ↩︎
  30. Gaekwad JS, Sal Moslehian A, Roös PB, Walker A. A Meta-Analysis of Emotional Evidence for the Biophilia Hypothesis and Implications for Biophilic Design. doi: 10.3389/fpsyg.2022.750245. ↩︎
  31. Ibid. ↩︎
  32. Richard, E., Contreras Zapata, D. (2015). Reservas naturales urbanas: Una necesidad vital para la educación ambiental en Bolivia y Latinoamérica. ↩︎
  33. Pintos, P.; Narodowski, P., coordinadores. (2012). La privatopía sacrílega : Efectos del urbanismo privado en humedales de la cuenca baja del río Luján. Buenos Aires : Imago Mundi. (Bitácora Argentina). En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.796/pm.796.pdf ↩︎
  34. Ríos, D.,  Pírez, P. (2008). Urbanizaciones cerradas en áreas inundables del municipio de Tigre: ¿producción de espacio urbano de alta calidad ambiental? ↩︎
  35.  Dunn, R. (2006). The Pigeon Paradox: Dependence of Global Conservation on Urban Nature ↩︎
  36.  Morán Alonso, N., Jesús Martín Hurtado, Francisco Durán y Eduardo García. (2021). Las ciudades frente a la crisis ecológica.
    ↩︎
  37. Beatley, T. (2020). Biophilic Cities ↩︎

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio