Por Juan I. Arroyo
Me cansé del terraplanismo económico
A principios de año me recibí de Lic. en Economía en la Universidad Nacional de La Plata. Como la mayoría de mis colegas, me gradué sin saber que estábamos en el Antropoceno. Terminé la carrera sin entender que cualquier proceso productivo está sustentado por las leyes básicas de energía y materia que gobiernan la vida en este Planeta. Me recibí sin comprender que los fundamentos detrás de la degradación ambiental son los mismos que explican la degradación social, y que la ciencia económica es hoy por hoy más parte del problema que de la solución. Como la mayoría de mis colegas, me gradué sin cuestionar el crecimiento económico infinito: creyendo en el terraplanismo económico (de esto escribí en la primera parte). Además, me creía que el ejemplo de desarrollo al cual aspirar era Dinamarca, Suecia o algún país del Norte Global. De esto voy a hablar en la Parte II.
Las dos partes de este ensayo son un intento por compartir con más economistas algunos conceptos claves para que dejemos ser parte del problema, y comencemos a diseñar la solución. Es hora de dejar de creer en el terraplanismo económico.
PARTE I: Me cansé del terraplanismo económico
- La economía “saludable” es terraplanista.
- ‘Welcome to the Antropoceno’
PARTE II: El ejemplo no es Dinamarca
- Desarrollo sustentable: el ejemplo no es Dinamarca.
- Una montaña imposible de escalar.
- El cuento del desacople.
- ¿Ahora qué?
Desarrollo sustentable: El ejemplo no es Dinamarca
Si es cierto que una imagen dice más que mil palabras, podemos representar un estilo de vida sustentable con la siguiente figura:

He aquí el gran desafío de la humanidad: lograr satisfacer sus necesidades básicas sin comprometer la sustentabilidad ambiental. Lamentablemente, hoy no hay ningún país en el mundo que satisfaga ambas condiciones. Los países ricos exceden el “techo ecológico” y los países más pobres no logran superar el “piso social”.
Siguiendo este marco teórico, Kate Raworth define la economía de la ‘Dona’ como el “espacio justo y seguro para la humanidad”, designando once indicadores básicos para definir el piso social y utilizando los nueve límites planetarios –analizados en la primera parte– para el techo ecológico.
Podemos comparar distintos países y siempre observaremos el mismo patrón:

Hay muchos estudios que analizan el impacto del consumo de bienes en una variedad de indicadores, como emisiones de CO2, consumo de materia prima, contaminación del aire, biodiversidad, emisiones de nitrógeno, uso de agua o energía. El procedimiento usual es correr regresiones múltiples o técnicas similares, arrojando evidencia clara para una conclusión evidente: el consumo es, por lejos, el mayor determinante de los impactos globales antropogénicos. Los niveles de consumo de las sociedades más ricas del planeta no son globalmente sostenibles por toda la humanidad.
Para analizar esto, se compara el concepto de huella ecológica (o demanda de recursos naturales, dicho mal y pronto)contra la capacidad de la Tierra de regenerarlos (la “oferta” de “recursos”). Durante un período de tiempo, se pueden correr déficits, o sea, que el consumo humano supere la capacidad regenerativa de los ecosistemas. Esto es posible mediante el agotamiento de stocks (mediante procesos de deforestación o sobrepesca) y la acumulación residuos (como gases de efecto invernadero en la atmósfera).
Comparando la demanda con la oferta, podemos calcular el número de planetas necesarios para abastecer un nivel de consumo determinado. Siempre que la primera supere a la segunda, podemos decir que nos consumimos más planetas de los que tenemos. Concretamente, se necesitarían cinco planetas para abastecer a una humanidad que consumiera como lo hace Estados Unidos, cuatro si consumiera como Dinamarca y tres si consumiera como Alemania.
La situación argentina es aún más desalentadora. Si toda la humanidad tuviera los niveles de consumo de nuestro país, se necesitaría una “oferta” de dos planetas para abastecer la demanda anual de “recursos” naturales. Al mismo tiempo, los indicadores sociales de nuestro país alertan sobre la incapacidad de satisfacer las necesidades básicas a un gran segmento poblacional: cerca del 40% de los argentinos están por debajo de la línea de la pobreza, la mitad de los niños del país sufren de algún grado de pobreza, uno de cada tres trabajadores se desempeña en la informalidad y aproximadamente un 30% de las familias carecen de una vivienda apropiada.
Bajo este panorama, cabe preguntarse: ¿para qué nos consumimos dos planetas? Nuestro modelo de desarrollo actual no ha sido capaz de satisfacer las necesidades del presente ni de garantizar el cumplimiento de las futuras. En otras palabras: no es sustentable. La gran encrucijada radica en que los países nórdicos, usualmente ejemplos a los que muchos aspiramos, tampoco lo son, ya que su sustento depende de que el resto de la humanidad no viva como ellos. El objetivo de la sociedad debería ser el de satisfacer sus necesidades básicas en armonía con el entorno que le permite desarrollarse. Al día de hoy, no hay ningún país que logre ambos objetivos. Evidentemente, hay que ir por otro lado. Buscar otras formas. Inventar algo distinto. Como concluye Greta Thunberg en su relato de viaje:
“La sustentabilidad a largo plazo no existe dentro de los sistemas políticos y económicos actuales”.
Una montaña imposible de escalar
Antes de llegar a esa dura conclusión, transité un período donde creí en una fantasía: que es posible desacoplar el crecimiento económico de sus impactos ambientales. Es la famosa visión del crecimiento verde o crecimiento sustentable, que se sostiene en la creencia de que el crecimiento económico es una condición necesaria para solucionar cualquier otro problema.
El imperativo suele ser siempre el mismo:
“Crecé, después limpiá. Tarde o temprano, el crecimiento arreglará lo que rompió”.
Bajo esta perspectiva, las y los economistas del Sur Global tendemos a pensar que lo ambiental no es nuestra prioridad, ya que “tenemos otras urgencias”. Tendemos a pensar que el crecimiento económico trae consigo una dolorosa pero necesaria etapa inicial de deterioro, seguida por una subsecuente etapa de mejora una vez que logramos alcanzar ciertos niveles de desarrollo. “Hay que pasar el invierno”.
Esta idea está representada por la famosa curva de Kuznetz ambiental:

En pocas palabras, el argumento suele ser que a medida que avanzamos en el sendero del desarrollo, “la matriz productiva se diversifica, realizando una transición desde las manufacturas hacia los servicios, al mismo tiempo que puede ir sustituyendo el uso de fuentes de energía baratas y contaminantes hacia otras más limpias”.
Sin embargo, limpiar el agua y el aire de una nación mediante la sustitución de manufacturas por servicios no elimina los contaminantes, los manda afuera, dejando que algún otro país -que todavía está en una etapa previa en la carrera del desarrollo-, realice el trabajo sucio por nosotros. Siempre habrá un país dispuesto a aceptar un deterioro ambiental a cambio de la promesa de rentabilidad, divisas y trabajo –ya se trate de producción industrial porcina o de reciclaje de residuos plásticos importados (como sucedió hace unos años entre China e Indonesia).
Es tan cierto que los países ricos dejan de contaminar su agua y su aire a medida que se enriquecen, como que sus altos niveles de consumo son abastecidos por importaciones provenientes de una extracción de recursos en otras fronteras a tasas insostenibles. La cuestión es que la biósfera no distingue fronteras y en la naturaleza no existe la palabra “afuera”.
Todo está conectado y forma parte de una compleja red de interdependencias. Esto quiere decir que lo que un país externaliza, otro lo internaliza. Todo termina repercutiendo en la salud de todo el Globo. Por lo tanto, aún si existiera la curva de Kuznetz ambiental, su concavidad representa una montaña que la humanidad no podría escalar escalar, simplemente porque no podría sobrevivir a su pico (Raworth, 2017).
El cuento del desacople
Entonces, ¿Es posible desacoplar el crecimiento económico del deterioro ambiental?
En teoría, esto podría lograrse de tres formas. Primero, sustituyendo la fuente de energía desde combustibles fósiles hacia energías limpias. Segundo, creando una economía circular, donde los residuos se conviertan en recursos. Por último, mediante la transformación de la matriz productiva desde las manufacturas hacia los servicios.
Al hablar de desacople, es necesario distinguir tres grados: el desacople relativo, el desacople absoluto y el desacople absoluto y suficiente. El siguiente diagrama muestra el crecimiento del PBI en el tiempo, acompañado por estas tres posibles trayectorias de uso de recursos:

El desacople relativo ocurre cuando el uso de recursos crece menos que proporcionalmente con el PBI. Esta es la opción de crecimiento verde que se suele proponer para los países en vías de desarrollo. El desacople absoluto ocurre cuando se logran trayectorias divergentes entre el PBI y la evolución de la variable ambiental. En este sentido, un grupo de países ricos logró aumentar su PBI en las últimas décadas mientras redujo su producción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI). Esto entusiasmó a muchos, creyendo que habíamos encontrado la solución.
Sin embargo, hay dos grandes problemas con este resultado. El primero, es que estas reducciones ni se aproximan a las reducciones necesarias para permanecer dentro de los límites planetarios. En otras palabras, estas reducciones absolutas no son suficientes. En segundo lugar, la “huella de carbono” (medida en emisiones de GEI) es sólo una parte de la huella ecológica total, compuesta por una contabilidad más rigurosa que evalúa la extracción y el uso de recursos que sostiene distintos niveles de consumo.
A nivel global, tanto las emisiones de CO2 como la huella material no hace más que subir con la actividad económica.

La mayoría de los estudios coinciden en que, por lejos, los mayores causantes de los impactos globales son el cambio tecnológico y el consumo per cápita. Es como una batalla, en la que el primero funciona más o menos como un retardante de los impactos, mientras que el segundo, como un fuerte acelerador. Una batalla, con un mismo ganador: el consumo siempre ha sobrecompensado cualquier mejora tecnológica en las últimas décadas. Este resultado es válido tanto para el mundo entero como para un gran número de países.
Podemos combinar los niveles de bienestar obtenidos por cada país con su huella ecológica para crear índices como el ‘Happy Planet Index’, el cual “mide lo que importa: un bienestar sustentable para la población, mostrando qué tan bien las naciones logran alcanzar vidas largas, felices y sustentables”:

¿Ahora qué?
No ser Dinamarca no implica resignarse a una vida de marginalidad y pobreza. Implica el desafío de romper con la visión eurocéntrica del progreso como un objetivo único a la cual aspirar, obtenido principalmente mediante el incremento incesante del PBI. Implica entender al desarrollo como algo plural y diverso, condicionado por las características culturales y las capacidades ecológicas propias de cada región. El paradigma del ‘Buen Vivir’, adoptado en las constituciones de Ecuador y Bolivia, es un ejemplo de las tantas nociones alternativas de desarrollo, relacionadas con la búsqueda de bienestar y felicidad de la comunidad en armonía con su espacio, tanto en el plano físico como en el espiritual.
El punto es que el desarrollo puede tener tantas caras como regiones existentes en el planeta, donde cada cultura sea capaz de ponderar las variables que considere más importantes para definir su propia medida de “éxito”. Un caso paradigmático es el de la comunidad de Nabón, en Ecuador. Bajo las medidas estandarizadas de pobreza que miden carencia de ingresos o niveles de consumo, esta es una de las regiones más pobres de ese país, con niveles cercanos al 90%. Sin embargo, al tomar en cuenta medidas de bienestar subjetivo, más del 75% de la población se consideraba satisfecha con su vida, teniendo en cuenta una gran variedad de aspectos.
Evidentemente, lo que desde occidente consideramos una carencia, para ciertas comunidades no lo es. Por supuesto que habrán indicadores básicos, como podrán ser el acceso a educación, salud, alimentación y demás servicios elementales. Además, habrán indicadores intrínsecos a la idiosincrasia local. El sistema económico y las políticas públicas deberían estar orientadas a la satisfacción de estos indicadores.
La conclusión es que Dinamarca no puede ser el ejemplo, entre otras cosas, porque no somos daneses. Además, el progreso industrial de los países más ricos se basó en una forma que ya es inviable para que todo el mundo la siga durante el Siglo XXI. Podemos aprender de experiencias ajenas y de distintos marcos teóricos, algunos más radicales que otros, como la ‘Economía de la Dona’, la ‘Economía del Bien Común’ o el paradigma del ‘Buen Vivir’. Pero, en última instancia, somos responsables de encontrar nuestro propio camino. Uno que garantice la prosperidad de la población cuidando nuestra casa común. La única que tenemos.
Notas:
1) Si tenés que leer UN solo libro para repensar la Economía, te recomiendo que sea ‘Doughnut Economics’, de Kate Raworth. Podés empezar viendo esta charla Ted.
2) Si buscás UN contenido que resuma las principales conclusiones de los reportes científicos más relevantes respecto a la actualidad climática y ecológica, te recomiendo el episodio de podcast: “escuchar a la ciencia y actuar en consecuencia”.
Referencias
Felber, C. (2015), ¿Y si el bien común fuera la meta de la economía?. TedX Vienna
Herrera, A. O, Scolnick H.,Chichilnisky, G., Gallopin, G., Hardoy J., Mosovich D., Oteiza E., Lamarque de Romero Brest, G., Suárez, C., Talavera L, (1976). Catástrofe o nueva sociedad? Modelo Mundial Latinoamericano.
IPCC, (2014), AR5 Climate Change 2014: Mitigation of Climate Change, Annex III: Technology-specific Cost and Performance Parameters; Table A.III.2. Published online at ipcc.ch.
IPBES, Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Services.
Lang, M., (2018) Nabón: Construyendo el Sumak Kawsay desde abajo.
Raworth, K., (2017), Doughnuts Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-Century Economist.
Roser M., Ritchie H., y Ortiz-Ospina E. (2013). “World Population Growth”.
Steinberger, J., (2020), Cogs in the climate machine.
Steffen W., Rockström J., et al, (2015). Planetary boundaries: Guiding human development on a changing planet.
Stern N., Oswald A., (2019). Why are economists letting down world climate change?
Wiedmann, T., Lenzen, M., Keyßer, L.T. et al. Scientists’ warning on affluence. Nat Commun 11, 3107 (2020).
Yeo, S., Evans., S, (2016). The 35 countries cutting the link between economic growth and emissions.
Algunas fuentes relevantes:
– Resource panel. Base de datos sobre extracción y flujo de materiales globales: https://www.resourcepanel.org/global-material-flows-database
– Global Footprint Network. Sobre huella ecológica: http://data.footprintnetwork.org/
– Comparación Dona entre países. https://goodlife.leeds.ac.uk/countries/
– Climate Action Tracker. https://climateactiontracker.org/global/cat-thermometer/
– Happy Planet Index: http://happyplanetindex.org/
– Doughnut Economics: http://doughnuteconomics.org/
– Common Good Economy: https://www.ecogood.org/