Una experiencia religiosa: ¿Es la crisis ecológica también una crisis espiritual? 

Ensayo e ilustración: Victoria Herbas
Tiempo de lectura: 20 minutos
Infusión sugerida: té con canela, bien calentito

La crisis ecológica se manifiesta en distintos ámbitos, tanto en la destrucción de sistemas naturales que sustentan la vida como en la fragilidad y desmoronamiento del tejido social: crisis políticas, económicas y espirituales. Dentro de este contexto hablamos de espiritualidad como el conjunto de valores que determinan nuestra comprensión básica de cómo encajamos en el universo. Nuestras creencias más arraigadas conforman nuestra percepción de la realidad. Cuando asimilamos un conjunto de creencias y valores determinados también instauramos prácticas y formas de que se ajustan a ellos. 

Una forma de abordar la crisis ecológica con toda su complejidad es volver a estas raíces, preguntarse cuáles son los valores que nos trajeron a este punto de desconexión, cuestionar nuestros modos de pensar y relacionarnos con el mundo y preguntarnos si acaso la crisis espiritual no alimenta la crisis ecológica.

Tomando esto en cuenta, es fundamental pensar en nuevos paradigmas que dejen atrás aquellas narrativas históricas en las que se construyó nuestra sociedad moderna. La idea de que el crecimiento económico puede ser infinito alimenta patrones de producción y consumo insostenibles y el paradigma científico mecanicista y determinista crea una visión del mundo como una máquina divisible, perfecta, gobernada por leyes abstractas, que separa el humano de la naturaleza. Necesitamos un cambio hacia un paradigma espiritual que incluya por igual a seres humanos y a todo lo que existe en la tierra, que nos recuerde permanentemente que nuestra existencia y posibilidad de realización solo es posible dentro de los límites de la biósfera y es interdependiente con todas las demás formas de vida que se manifiestan en ella.

En este ensayo se explorarán las conexiones entre ciencia, prácticas espirituales y el mundo más allá de lo humano, con la intención de abrir cuestionamientos que nos ayuden a imaginar una espiritualidad ecológica basada en nuestra conexión con la tierra. La escritora y activista Joanna Macy dice que podemos pensar este cambio de consciencia como un mapa que pone a la sanación del mundo al centro de todo. Llevar a cabo un cambio de consciencia colectivo de esta índole, puede llegar a ser el sistema de raíces de las que se alimentan y crecen nuevas estructuras para la regeneración del mundo.

Una cosa maravillosa: ciencia y prácticas espirituales

El auge de la ciencia en la modernidad coincide con la revolución industrial y la consolidación del modelo capitalista. Estos eventos trajeron consigo la transformación de la base de la sociedad, acentuando algunas de las características más problemáticas de la época actual como el individualismo, la objetivización de la naturaleza y la elevación del conocimiento abstracto sobre la experiencia directa a través de los sentidos.

Con esto no quiero decir que la ciencia sea el problema. Gracias a la ciencia (ecológica) somos conscientes de la existencia de esta situación inminente de colapso ecosocial. El informe de los límites al crecimiento fue realizado hace 50 años por la comunidad científica y lo mismo sucede con los informes del IPCC. Me refiero a superar un paradigma científico determinado (el modelo cartesiano mecanicista, que ha dejado de ser válido para comprender, explicar y predecir el mundo) y sustituirlo por otro -u otros- que nos proporcione un conocimiento más fiable. 

Ilustración: Victoria Herbas

Por siglos la ciencia mecanicista de la era moderna quiso entender a la naturaleza desde un lado puramente racional, como una serie de incógnitas a resolver. En esta búsqueda de la verdad se dejó de lado la experiencia directa, la que vivimos a través de nuestros sentidos, mediante la que podemos interactuar con el resto del mundo vivo y sentirnos inmersos en la tierra como parte de un todo. Esto nos abstrae de esa inmersión, para llevarnos al plano mental que nos sitúa afuera y la naturaleza pasa a ser un objeto de estudio. Aprender de la naturaleza en una clase de biología es diferente al encuentro inesperado y maravilloso que se puede experimentar al contactar con el mundo natural; explicarlo no es lo mismo que experimentarlo.  

En este sentido, la maravilla, que muchas veces se da de manera espontánea y en entornos naturales, es un componente esencial en la experiencia espiritual y aún más si buscamos vincularla al ecologismo, porque nos recuerda que somos parte de algo más grande. Lisa Sideris en su libro Consecrating science lo expresa claramente (2017:27-28): 

“La maravilla nos saca de nosotros mismos. Es contrario al impulso solipsista… porque si somos absorbidos por el asombro, ¿no estamos de alguna manera absorbidos “en” él? En otras palabras, ¿la pérdida de uno mismo no trae consigo un sentido de unidad con algo más grande o que lo abarca todo (como en los relatos de experiencias místicas, donde los límites entre uno mismo y el otro se disuelven y prevalecen fuertes sentimientos de conexión)?”

La maravilla o el asombro trae consigo un mundo de extrañezas y de misterios incomprensibles que son amenazadores para el pensamiento científico tradicional, donde esta sensación es reemplazada por una curiosidad insaciable y una ambición de poseer todo el conocimiento que se pueda

Esta visión materialista que venera el conocimiento, de alguna manera desencantó al mundo y de pronto el universo entero está inconsciente, gobernado por leyes matemáticas frías e impersonales donde la naturaleza carece de propósito espiritual; el sentido de la maravilla y asombro que antes se encontraba afuera, quedó confinado dentro de la mente humana. Es ahí donde la experiencia espiritual se convirtió en un evento de admiración propia, como desde una burbuja, y con ello trajo el engrandecimiento del ego, la autoglorificación, la indiferencia hacia la vida no humana, poniendo, incluso, a la de la humanidad y sus descubrimientos en un lugar privilegiado a la hora de posicionarse frente al cosmos.

Esta visión antropocéntrica puede también ser una respuesta a otro desencantamiento importante: las grandes religiones. Las instituciones de gran influencia y convocatoria funcionaron siempre como refugios espirituales para sus creyentes, pero a lo largo de la historia mostraron su lado oscuro: violencia, conflicto, dogmatismo, patriarcado, corrupción. 

Aunque la ciencia ha hecho muchos avances, no se centra en cuestiones éticas y relaciones de generosidad o perdón que en un principio se destinaron al terreno de las religiones. En un contexto secular estas cuestiones deben ser tenidas en cuenta por las sociedades mismas. Por ejemplo, son millones las personas que hoy practican yoga o meditación buscando llenar la necesidad espiritual que la racionalidad no llega a satisfacer.

Ilustración: Victoria Herbas

En tanto, las sociedades seculares es que están basadas en el bienestar individual, mientras que las religiones -a pesar de sus falencias- cultivan el sentido de comunidad que funciona como una red de contención: “no estamos solos y ningún obstáculo es tan grande si lo atravesamos de manera colectiva”. En este contexto de crisis ecológica es muy importante crear comunidad y reforzar estos lazos, porque la modernidad se instaló borrando el tejido que nos entramaba, aislándonos cada vez más y cortando nuestras raíces con los territorios que habitamos.

El foco individualista no es la forma más inteligente que tenemos para prosperar en este mundo compartido. La inteligencia colectiva da la capacidad a los grupos de conseguir resultados superiores a los que se obtienen mediante decisiones individuales. Desde los enjambres de abejas hasta los fantásticos micelios de los hongos que forman redes subterráneas gigantes trabajando en conjunto con las raíces de las plantas, en la naturaleza abundan los ejemplos de organizaciones amplias, distributivas y descentralizadas. Tal vez, la afirmación que hace el botánico especializado en neurobiología vegetal Stefano Mancuso, “el futuro está obligado a hacer suya la metáfora vegetal”, no esté errada.

Si vuelves a oír ese lugar común según el cual en la naturaleza impera la ley del más fuerte, saber que no son más que bobadas: en la naturaleza, tomar decisiones consensuadas es la mejor garantía para resolver de manera correcta los problemas complejos.”

Pero aún con estas prácticas seguirá faltando un componente esencial que nos saque de la visión antropocentrista y nos conecte con el resto del mundo vivo. Algunos autores como David Abram y Lisa Sideris traen visiones de cómo podemos cultivar un sentido transformador de maravilla a partir de encuentros directos y corporales con el mundo natural.

¿Cómo experimentamos nuestra relación con la tierra?

“Como el resto de criaturas, nuestros cuerpos han co-evolucionado con las formas dinámicas de la tierra, nuestros ojos están a tono con los ritmos de luz y sombra de la tierra y nuestra piel a los sutiles cambios en la atmósfera. Nacimos en esta tierra y por lo tanto, estamos preparados para estar en relación con ella.”

David Abram, en su ensayo Magic and the machine (Emergence Magazine, 2018)

Tenemos el registro en nuestro cuerpo y experiencia que todo está vivo, que todo está latiendo, que vivimos en un mundo mágico y muy pocas veces lo reconocemos

Tal vez podamos aprender de algunas culturas ancestrales que entienden el mundo más que humano como un ente vivo y lo reflejan en su lenguaje, al referirse a ellos como verbos y no como sujetos. Robin Wall Kimmerer en Braiding Sweetgrass (2013-55) explica cómo en el lenguaje Potawatomi: wiikwegamaa “to be a bay” (ser una bahía), así como “to be a hill, to be a sandy beach” (ser una colina, ser una playa de arena) todos se presentan como verbos posibles en un mundo donde todo está vivo. Agua, tierra, rocas e incluso los días; el lenguaje da fe de la vida que late a través de todo.

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Otra manera de expandir nuestros horizontes de cuidado con la tierra y reconocer que somos parte de ella es a través del sentir, en el libro Devenir Animal, cosmología terrestre, (Becoming Animal, 2011) David Abram despliega poéticamente las diversas maneras que experimentamos esta conexión. Habla sobre la fuerza de gravedad como “Eros”, (2011: 43) el deseo que mantiene juntos nuestro cuerpo con el cuerpo mayor de la tierra o sobre el aire como un campo invisible donde estamos en constante interacción con la tierra y todos sus seres. (2011:82)

Como humanos, tendemos a hacer de todo una explicación científica para decir que el aire está compuesto por elementos como el nitrógeno y oxígeno. Sin embargo, la conexión está ahí todo el tiempo: en el sentir. La maravilla que nos transporta a la experiencia espiritual se despierta al saber que el aire que respiramos es el mismo que respira una ballena, una planta y todo el mundo vivo. Así, se pueden activar valores como empatía, respeto hacia la otredad, compasión, generosidad, apertura y, lo más importante, humildad. 

Ilustración: Victoria Herbas

Detengámonos un momento en “humildad”: proviene del latín humus y significa ‘tierra’. Por lo tanto, ser humilde significa bajar de nuestro pedestal como humanidad, para estar conectados con la tierra. Con la humildad viene la simplicidad y a partir de ahí podemos retornar a una valoración más honesta de lo que es ser “humano”, una palabra que proviene de la misma raíz. “Ser humano” es “ser de la tierra”; literalmente, una criatura viva que respira, rodeada y vinculada con otros seres vivos que posibilitan su existencia.

El único problema del sentir es que involucra todo el espectro, incluidas nuestras limitaciones: que somos cuerpos, que somos animales, que tenemos límites, que requerimos cuidados, que somos mortales. Abrirse a vivir desde el sentir puede ser tan bello como doloroso, ya que nos acerca al sufrimiento de las criaturas que viven las consecuencias de nuestro sistema: sentir los incendios forestales, las inundaciones, la muerte, el dolor de un mundo herido, la crisis en todas sus formas.

Joanna Macy considera que sentir dolor por eso es una respuesta natural a un mundo en trauma, que es una forma de salud espiritual (2012:66). Permitirnos sentir lo bello y también lo doloroso es parte de ser cuerpos, y atravesar este camino es un acto de valentía, que se debe hacer con la red de contención que otorga una comunidad y así volcar el dolor en acciones y poder dirigir nuestras vidas al gran propósito de restaurar la tierra que somos.

Espiritualidad ecológica: entramando la ciencia, prácticas espirituales y experiencia directa con la naturaleza

Los descubrimientos científicos pueden tener un gran efecto si están fundados en un compromiso ético con la naturaleza y no en la glorificación de la mente, reconociendo que la ciencia es una actividad humana y por lo tanto, imperfecta.

A partir de las revelaciones científicas se pueden crear espacios fructíferos para la transformación espiritual y moral. No van a generar toda la transformación, pero sí establecen un paso previo que puede inspirar a cultivarla.

Partiendo de esta visión, las ciencias nos han revelado un universo inmenso, más antiguo, más extraño de lo que nunca antes habíamos imaginado y nos proveen de un significado espiritual sin sacrificar la precisión científica de los hechos. La ciencia ha revelado detalles de la vida biológica que nadie sabía, como la vasta comunidad de microbios que vive afuera, alrededor y dentro de nuestros intestinos. La teoría de la simbiogénesis de Lynn Margulis nos ofrece otra mirada de nuestra existencia, derribando por completo nuestra ilusión de individualidad e independencia y poniendo en alto la cooperación y la interdependencia

Otro ejemplo impresionante es el complejo ciclo de vida de los bosques que estudia la científica forestal Suzanne Simard (Mother tree de Suzanne Simard, 2021). Según este enfoque, los árboles se comunican e intercambian recursos a través de sus raíces y red de hongos dentro del suelo que se expande en el tiempo a través de generaciones. Cuando un árbol está muriendo pasa la mayor parte de su carbono a través de sus redes a los árboles de su familia, a sus vecinos e incluso a diferentes especies convirtiéndose en esencial para la vitalidad del nuevo bosque. Básicamente, vivir cuidando las siguientes generaciones, entendiendo la supervivencia más allá de la vida de un solo individuo y la muerte como el humus de la vida. Esto puede trasladarse directamente a planteamientos espirituales de la humanidad. 

Así como se puede entramar la ciencia con planteamientos espirituales ecológicos, también podríamos llegar a ver conexiones entre religión, prácticas espirituales y conservación de la naturaleza; esto si miramos el ejemplo de Las Iglesias Bosques en Etiopía en el ensayo de Fred Banhson, The Church forest of Ethiopia (Emergence Magazine, 2020). Son pequeños oasis de vegetación que rodean iglesias Ortodoxas Cristianas, en medio de un terreno desértico. Refugios de biodiversidad que sobrevivieron al pastoreo intensivo y que, gracias a este sistema de creencias instaurado en la población local, son un ejemplo de cómo la fe puede funcionar de escudo invisible, transformándolos en un lugar sagrado y al mismo que tiempo ellos protegen la religión al convertirse en lugares de encuentro y refugio espiritual para la comunidad. 

«La geografía se convirtió en sagrada cuando a los ojos de los creyentes Dios se hizo visible en el mismo paisaje». 

Por otro lado, Robin Wall Kimmerer en su libro Una trenza de hierba sagrada (Braiding Sweetgrass, 2013) habla de las tradiciones ancestrales de pueblos indígenas, como los que conforman la confederación Haudenosaunee, como un ejemplo de culturas de gratitud donde se reconoce todo lo que es dado por la tierra y se rinde honor a ello a través de rituales y prácticas. Practican la Thanksgiving Address -una recitación o discurso de acción de gracias- y consiste en un antiguo protocolo que coloca la gratitud como la más alta prioridad. Está dirigido a todo lo que hace la vida posible, incluyendo el mundo más que humano, como la madre tierra, las aguas del mundo y la vida en ellas, la vida vegetal que a su vez sostiene varias formas de vida, la vida animal en el mundo, los truenos, el sol, los vientos. Es a este inventario del mundo natural al cual se le rinde gratitud a través de esta recitación y se practica en estas culturas desde que son niños y van a la escuela.

Ilustración: Victoria Herbas

Este ritual se refiere al mundo natural desde un lugar de humildad, en el que todas las especies y formas de vida son igual de importantes y que reconoce su interdependencia. 

A diferencia de los himnos de las naciones, no estamos jurando lealtad a una bandera, sino a toda la biósfera en un sentido ecológico universal. Todos podemos estar de acuerdo en la simplicidad de estas palabras que nos enseñan cómo al momento de agradecer al sol, agradecemos también a las plantas que transforman su energía en alimento y medicina y que junto a otras formas de vida, grandes y minúsculas, hacen posible toda la existencia en la tierra. 

Kimmerer lo lleva más allá al referirse a este discurso de gratitud comouna declaración de soberanía, como una estructura política, una factura de responsabilidades, un modelo de educación, un árbol familiar y un inventario científico de los servicios ecosistémicos” (2013:115).

Estos ejemplos son un intento de mostrar cómo podemos cultivar una espiritualidad ecológica que nos ayude a atravesar esta crisis, para lo cual vamos a necesitar todas las herramientas que tengamos disponibles, aun si al final lo que conseguimos es un bricolage de creencias y prácticas que nacen de este entramado de ciencia, prácticas espirituales y la experiencia directa. No es necesario una sola creencia global, sino muchas y diversas -como la naturaleza- que se adapten al contexto de cada territorio y comunidad. 

Para visualizar esta espiritualidad ecológica podemos tomar como ejemplo la red de micelios del suelo. Una trama que nos enraiza a la tierra y en ese proceso nos reconecta con nuestro cuerpo, con la naturaleza que somos, con los otros animales, con el resto del mundo vivo, con el presente, con las historias que forman parte nuestro.

Una trama donde las cargas se distribuyen y nos alivia del dolor, de la soledad y se convierte en un refugio, un lugar de donde podemos nutrirnos de fuerzas para sanar todo lo roto y enfermo que no quisimos ver; sanar y restaurar son tareas incómodas y nada fáciles, pero ese micelio, esa espiritualidad ecológica entramada en la colectividad, nos puede llenar de coraje para aprender a amar todo eso que está roto y desde ahí volcar nuestras tareas de cuidado con la tierra para sanarla y en el proceso, sanarnos.

Por Victoria Herbas
Revisión: Carla Sauval y Gonzalo Cemborain
Edición: Juana Maldonado
Ilustración: Victoria Herbas

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Referencias

  • ABRAM, David, 2011, Becoming Animal, an earthly cosmology, Nueva York, Vintage Books, a division of Random House, Inc. 
  • ABRAM, David, 2018, “Magic and the Machine”, en Emergence Magazine, 17 de octubre 2018
  • https://emergencemagazine.org/essay/magic-and-the-machine/ [octubre 2021]
  • BAHNSON, Fred, 2020, “The church forest of Ethiopia”, en Emergence Magazine, 3 de enero, 2020
  • https://emergencemagazine.org/film/the-church-forests-of-ethiopia/ [diciembre 2021]
  • COCCIA, Emanuele, 2020, “Métamorphoses”, París, Payot & Rivages (Metamorfosis, trad. español Pablo Ires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Cactus, 2021, 1ra ed.)
  • JOHNSTONE, Chris & MACY, Joanna, 2012, Active Hope: how to face the mess we’re in without going crazy, California, New Worlds Library Novato.
  • KIMMERER, Robin Wall, 2013, Braiding Sweetgrass:indigenous wisdom, scientific knowledge and the teachings of plants, Canada, Milkweed Editions.
  • SHELDRAKE, Rupert, 2017, Science and Spiritual Practices, Londres, Hodder & Stoughton Ltd Carmelite House.
  • SIDERIS, Lisa H., 2017, Consacrating science: wonder, knowledge, and the natural world, Oakland, University of California Press
  • SIMARD, Suzanne, 2021, Finding the mother tree: discovering the wisdom of the forest, Nueva York, Alfred A. Knopf

2 comentarios en “Una experiencia religiosa: ¿Es la crisis ecológica también una crisis espiritual? ”

  1. Muy interesante el planteo, y muy de acuerdo. Como se expresa, se ha intentado (y logrado) separar a la ciencia de la espiritualidad como conceptos no sólo antagónicos, sino inmiscibles. Sin embargo, algunos de los más grandes científicos del S.XX como Einstein o Hawkins tenían una gran espiritualidad (negada en gran parte de sus vidas) que los dotaba de esa fascinante curiosidad por querer indagar más allá y no quedarse con lo establecido.
    Por otro lado, desde la astrología, el período enero ’22-julio ’23 pone de claro manifiesto que el enfoque colectivo debe orientarse a los asuntos terrenales, recursos naturales, recursos compartidos, asuntos económicos y demás temas asociados a Tauro (Nodo Norte transitando por este signo).
    La astrología es uno de los conocimientos que nacieron justamente de la observación de la conexión del humano con la tierra y con el cosmos. No pretende encontrar justificaciones científicas, sino comprender el vínculo que existe con el Todo desde lo simbólico.

    1. Hola Elio, ¡gracias por tu comentario!. Me encanta la astrología, sobre todo eso que decís de la conexión de lo humano con la tierra y el cosmos. Me recuerda a una parte del libro La vida de las plantas de Emanuele Coccia donde habla de la función cósmica de las plantas en cuanto unen la materia orgánica con el centro de nuestro sistema solar, al transformar la energía del sol en masa orgánica, materia viviente. Una parte dice «hacen que el sol habite en la tierra, transforman el soplo del sol-su energía, su luz, sus rayos- en los cuerpos que habitan el planeta, hacen la carne viviente de organismos terrestres una materia solar».
      Esta imagen personalmente me encanta 💛 y más al final del capítulo habla de reconocer la naturaleza astral de la Tierra, el cielo como espacio de flujos y de influencias y con ello la astrología algo así como la madre de todas las ciencias. Esto último puede ser un poco controversial pero lo rescato en el sentido de comprender esa relación con el Todo como decís.

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